Retorno esperado


Retorno esperado


No hace tanto frío como en días pasados, hoy es Miércoles pero es una ocasión muy especial pues mi primo que reside en España ha llegado por un mes a este grato e ingrato país llamado Perú. Imaginaba que después de casi un año y medio siguiera físicamente igual a como partió, fue una grata sorpresa verlo tan delgado pero no con los músculos tonificados –aparentemente, pues no le vi los pectorales- él siempre fue una persona amigable con más erratas que errores, debo reconocerlo. El primer vistazo ocurrió por gentileza de mi primo Aldair que radiante y desbordante de emoción gritaba “Lalooooooo, Lalooooooo, Igor ha llegado está en casa”, yo traté de reducir mis ánimos que llegaron a niveles insospechados por la visita de mi primo, me puse mi jean nuevo que lo compré hace unas semanas por mi cumpleaños, una polera de colores claros, zapatillas negras y un polo el cual no recuerdo.
Partí entonces rumbo a la puerta del tercer piso –yo vivo en una casa familiar de abuelos, tíos, primos- muy entusiasmado por cada escalón que pisaba, se me hacía extraño ver que bajaba lentamente, creo que quería controlarme para no parecer un eufórico fanático –que lo soy, debo admitirlo- al llegar al primer piso miro hacia fuera del marco de la puerta y veo a mi querida tía Laura que por cuestiones de la comprensión y cosas de pareja decidió –creo yo- por mutuo acuerdo separarse de mi tío Carlos -el padre de Igor-, la observé varios segundos y percibía una luminosidad al ver a su hijo pisando suelo peruano y siempre preocupándose por él, giro la cabeza y veo a mi querido primo cargando extrañamente unos fierros largos que servirán para techar un cuarto del fondo de la casa. Al primer vistazo no le pude ofrecer la mano para saludarlo porque él ayudaba casualmente a un señor que hacía lo mismo, me miró y me dijo “Hola Lalón” yo sonreí y le devolví el saludo y ofrecí tácitamente mi energía para colaborar con la labor. Concluimos con el último fierro que lo llevé yo solo y le iba dar la mano para agradecerle por lo pasado y lo futuro pero rápidamente observé su mano derecha que estaba casi limpia y en la izquierda llevaba una franela roja que cuidadosamente era su apoyo para no contaminarse con los restos y males que esconden esos fierros, me limité a no insistir, asimismo mis manos estaban pintadas de un naranja combinado con marrón referente a la suciedad de lo cargado. Ágilmente Igor abrió el caño y se lavó las manos además de refrescarse la cara yo quise participar del momento y cogí el jabón –que era para ropa- y sin palabras sugerí que él hiciera lo mismo y le ofrecí con mi mano el susodicho jabón que ya debe ser extraño para él, supongo debe considerarlo algo arcaico, añoso, veterano pero finalmente lo terminó usando.
Mis manos se secaron. Le di la mano mirándolo tímidamente a los ojos y un abrazo, luego nos dirigimos a la sala a conversar y aparecieron más personas de mi familia mi abuela, mis tías y sus hijos e hijas. Hablando de lo más obvio como su repentina delgadez que muchos consideraban como desnutrición aunque él denotaba encarecidamente que se sentía bien, muy bien y que seguiría bajando, pues esa era su decisión. Nos dirigimos a sentarnos a los muebles y a seguir conversando pero llegó mi tío Carlos, lo vio y por primera vez después de ese tiempo extenso que puede sentir un padre ante su hijo, observé esa lucecita en los ojos que demuestra muchas emociones, un roce de manos, un apretón de manos, miradas colisionando, un abrazo muy significativo, y pensamientos que desconozco. Mi tío Carlos sugirió ofrecernos un Wisky que -supongo- celosamente lo guardaba para una ocasión especial o muy especial como esta. Subió las escaleras dirigiéndose a su cuarto y volvió con un Chivas de 12 años, recuerdo bien lo que pasó, abrimos el Wisky girando la tapa y a disfrutarlo. Carlos –mi tío- preguntó que cuántos íbamos a beber pues no todos tomamos y sirvió gentilmente los vasos y además picó hielo para todos. Repartió las bebidas y a seguir la platicando como viejecitas chismosas. A mi derecha mi primo Aldair que sorpresivamente participaba en las conversaciones de los mayores y a mi izquierda Igor. Me comentaba sobre su vuelo que fue directo y que conoció a una española atractiva que sorpresivamente vivía muy cerca de su casa en España, me comentó que hablaron todo el vuelo y que le pareció muy agradable que tal vez intente una aventurilla furtiva con ella. Me enseñó unas quemaduras que ya eran cicatrices que fueron marcadas por una freidora, muchos le habrán dicho que se ve feo las cicatrices en brazos –bueno, en cualquier parte del cuerpo- pero para mí son como medallas a la torpeza misma, sí, a esa misma, a esa que muchos no admitimos y sólo valientes o tal vez más tontos admitimos, yo escuchaba detenidamente sin interrumpir.-Personalmente, detesto que me interrumpan cuando hablo, pero aun no es el momento adecuado-
Mi tía Laura le dijo a su hijo –Igor- que iba a llamar a un moto-taxista que vivía cerca de su casa para que viniera a recogerlos para regresar a su casa a descansar, pero mi tío Carlos le sugirió que mejor tomara un taxi porque en la pista que ladea la casa, la misma que antes de tocar la carretera expone de una manera negativa, chabacana y en general de lo peor unos cuchitriles dónde personajes pintorescos acuden a beber, fumar, y tener sexo. La verdad no me importa que existan esos lugares, pero no soporto ni acepto el vandalismo que ofrecen esos lugares, le dan mala fama a mi calle -que no está muy lejos, sólo a unas tres cuadras y media- y los olores recordables y nauseabundos. Por esas razones mi tío se preocupa, yo haría lo mismo.
Miradas marcadas entre Igor y mi tía Laura, ya era el momento de partir. Un despido agradable -de los pocos que existen- de parte de todos, besos y abrazos, palabras de agradecimiento y de un pronto encuentro. Chao, primo.
Mi padre ya había llegado unos 15 minutos antes, y mi tío josé también. Igor ya había partido y nos quedamos sentados en la mesa deseando ese wisky que ya le quedaba poco por su dura lucha contra sus bebedores. La mayoría mezclaba gaseosa negra –no quiero decir su nombre porque la detesto- con el néctar añejo en roble, conversaciones sutiles y complicadas, finalmente se terminó el licor y agradecimos el momento. Yo me quedé un rato en la sala guardando el momento en mi memoria.

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