Quimera Azul

― ¡¿Qué flor es las que florece para mí?!
Exclamó con furia al cielo mientras se cortaba la palma de la mano derecha al arrancar aquella flor gris mística de cristal: Sembradas cerca al paraíso reposaban once de ellas con preferencia por sobre las demás flores, tan llenas de colores, tan llenas de luz, tan llenas de verdad pero faltas de vida.
Dío repetía una y otra vez dicha frase en consecuencia a su primera pregunta ante las patas enormes y lejanas de aquel monstruo que serpenteaba su cola como disgustado, respiraba resonando y tronando el viento a su alrededor, vibrando el espacio sin tiempo de ese pacífico lugar. La bestia con cara de león, cola de lagarto, y rostro embravecido giró de a pocos su cabeza para responder a toda pregunta pues su rol allí era ese, creado para destruir a los <> con su voz desafiante y asesina. 
―Aquí nada florece. ―Dijo el monstruo arrastrando las palabras ahora girando el cuerpo y acercándose a Dío― Aquí nada se crea. ―De pronto su piel escamosa y dorada verdosa del cráneo del maldito animal empezó a oscurecerse― Aquí sólo se destruye ―Haciendo una pausa continuo―, yo soy el guardián y protejo lo más importante. Los protejo a ustedes de los <>. ¿Aún no lo entiendes?
―No has respondido a mi pregunta <>.
―Cómo te atreves a llamarme por tu nombre ―dijo exasperado el guardián― Yo no soy tú ni tú yo. Te enseñaré a mantener el equilibrio y no convocar a la ira ni a la sádica locura.
No tardó ni un segundo y la bestia saltó al infinito cielo oscuro para caer con mucha rapidez sobre Dío, encima de él. Acercó su cabeza a la de él y le susurró al oído: <>.